En una dimensión de consenso y de verdad casi axiomática, los expertos en desarrollo económico admiten de forma tajante que el ancho y próspero camino de la industrialización es el carril de transición de una sociedad estática a una dinámica, con todos sus recursos naturales y humanos plenamente utilizados, con un desarrollo armónico de todas sus regiones, y con una población alfabetizada y consciente de que ella es el arquitecto de su propio destino.
Consecuentes con esta aseveración, admitimos que la industrialización vertebrada de la realidad socioeconómica concreta e intransferible de nuestro país es el factor principal para la superación del atraso económico y social en el que aún se debate.
Sin el desarrollo de un propio sector industrial en la economía nacional, nuestro país no puede lograr su autosuficiencia económica. Sin embargo, si una de las metas de nuestra industrialización es lograr nuestra efectiva independencia económica, esto no puede significar autarquía.
Un desarrollo autárquico en nuestra época de globalización y de una constante e intensiva división internacional de trabajo y de integración no es posible ni deseable. De ahí que interpretemos nuestra independencia económica como el control real de nuestros recursos económicos y la igualdad de derechos de cada uno de los socios en el sistema de relaciones económicas internacionales.
Nuestro modelo de industrialización no puede basarse en un chauvinismo, sino en un saludable nacionalismo, contrario a toda dominación extranjera.
La transición de una sociedad estática hacia una dinámica con el objeto de superar y/o atenuar la diferencia entre los países en desarrollo y desarrollados no es posible sin la industrialización en nuestros países. Sin embargo, es menester diferenciar entre nuestro proceso de industrialización y el de los países industrializados.
En Europa, el proceso de industrialización empezó con un nivel bajo. El desarrollo técnico no significó otra cosa que la utilización de máquinas sencillas para reemplazar el trabajo manual. La paulatina industrialización creó al mismo tiempo sus correspondientes condiciones. Cuando la industrialización logró nivel desarrollado, existió también la respectiva infraestructura, especialmente en transportes y comunicaciones. En ese proceso de desarrollo, los cuadros técnicos fueron instruidos de acuerdo al nivel de la técnica, lo cual no ha sucedido en nuestro país.
De la especial posición de los países en desarrollo en la economía mundial, resulta la tarea económico–política en perspectiva. La tarea a largo plazo se puede formular de la siguiente manera: teniendo en cuenta las correspondientes condiciones sociales, económicas y naturales de cada país, así como las condiciones exteriores, se debe realizar una transformación de la economía nacional, de tal manera que en un lapso histórico, se posibilite, observando las posibilidades objetivas, aplicar todas las conquistas de la ciencia y la técnica en todas las ramas de la economía, para acercarse cada vez más al nivel de la productividad social de los países desarrollados y así avanzar en el mejoramiento paulatino de las condiciones de vida de la población.
La industrialización global e integral con una tecnología moderna y sofisticada es el objetivo final del desarrollo económico, pero no puede ser el punto de partida para el Perú, como país en desarrollo. Esto, bajo las condiciones actuales no es posible.
El empleo racional de una parte de la mano de obra, que no está integrada al proceso de producción sigue siendo uno de los problemas neurálgicos. Precisamente esta parte de la mano de obra representa una cantidad considerable en el Perú. El problema consiste, pues, en disminuir ese desperdicio de la capacidad de trabajo.
Vertebrada sobre esta realidad socioeconómica concreta, se presenta la necesidad ineludible de elaborar y ejecutar una estrategia de la industrialización en el corto y mediano plazo, con dos objetivos centrales: empleo y producción. Se debe buscar una combinación racional de estos dos factores.
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