¿Es EE.UU. una democracia?
El Plural
Esta pregunta parece, a primera
vista, una provocación, pero no lo es. En un momento como el actual con una
extensa cobertura mediática de las elecciones a la Presidencia y al Congreso de
EEUU, en la que aparece un debate vivo e intenso entre dos posturas distintas
representadas por dos opciones claramente diferenciadas, el Partido Republicano
y el Partido Demócrata, cuyos candidatos a la Presidencia del país han sido
resultado de unas primarias, especialmente intensas en el caso del Partido
Republicano, tal pregunta será interpretada por la sabiduría convencional que
tales medios reproducen, como una “frivolidad” en el mejor de los casos, o como
un indicador más del supuesto “antiamericanismo” que supuestamente caracteriza a
las izquierdas europeas.
Puesto que tal acusación ya se ha hecho en más de una
ocasión, me siento en la necesidad de aclarar que he vivido durante muchos años
en EEUU y que me siento comprometido emotiva y políticamente con el bienestar de
las clases populares de aquel país a las que he intentado servir durante mis
años de trabajo en EEUU (desde las aulas de la academia hasta los despachos de
la Casa Blanca), siendo mis críticas a las instituciones representativas de
aquel país fruto de tal compromiso, pues comparto la percepción generalizada que
tiene la mayoría de la población estadounidense de que tales instituciones
representativas no representan en realidad sus intereses. El 85% (repito, el
85%) de la población estadounidense, por ejemplo, no considera que el Congreso
de los EEUU represente sus intereses. Y cuando se les pide a quién creen que
representa, la respuesta mayoritaría (el 82%) es la Corporate Class (los
componentes de las élites empresariales de las grandes compañías o empresas del
país).
La mayoría de la población lleva razón. Los debates de la vida política se
hacen dentro de unos márgenes muy limitados definidos precisamente por tal
Corporate Class, que es la que financia el proceso electoral y las campañas
electorales de la gran mayoría de los políticos. Ni que decir tiene que existe
diversidad en el abanico de propuestas hechas por los dos partidos mayoritarios
–el Partido Republicano y el Partido Demócrata-, diversidad que es la que
alimenta el debate político y mediático en el país. Pero tal diversidad está muy
limitada debido a las fronteras ideológicas definidas por la Corporate Class.
Existen miles de ejemplos de esta falta de diversidad. Por ejemplo, todas las
ofertas de cambio en el sistema de sanidad, eminentemente privado (aunque
financiado públicamente en un 48% de todo el gasto sanitario) no cuestionan el
protagonismo de las compañías de seguro privadas en la gestión del sistema, y
ello a pesar de que según las encuestas de opinión popular, una mayoría de
ciudadanos en aquel país preferiría un sistema (como existe en Canadá) en que el
papel de tales compañías sería muy inferior. En realidad, la aplicación del
sistema canadiense en EEUU permitiría la extensión de la cobertura sanitaria a
toda la población (medida deseada por la mayoría de la población) a un coste
mucho menor que el actual de EEUU (que alcanza a ser un 16% del PIB). Tal
posibilidad, sin embargo, ha sido descartada, incluso por el Presidente Obama.
Las compañías de seguros privadas han financiado extensamente las campañas de
todos los candidatos (tanto de los demócratas como de los republicanos) a la
Presidencia de EEUU, impidiendo que tal alternativa sea incluso discutida. Y
ello, repito, a pesar de su popularidad.
La baja calidad democrática de los sistemas mayoritarios
El sistema bilateral mayoritario, sin ningún sesgo de proporcionalidad,
favorece esta captura de los partidos por los componentes de la Corporate Class.
Es paradójico que EEUU, el prototipo del sistema electoral mayoritario sea
tomado como ejemplo por algunas voces en España. El reciente artículo en El País
“Una teoría de la clase política española” (14.09.12) proponiendo el sistema
mayoritario muestra un claro desconocimiento de su autor, César Molinas, de la
realidad política estadounidense, el sistema mayoritario “por excelencia”. En
realidad las graves limitaciones que existen en la democracia española se basan
precisamente en la escasa proporcionalidad de su sistema electoral. El
protagonismo de la vida política y mediática del país por parte de dos opciones
mayoritarias (favorecido por tal sistema electoral) en España ha empobrecido
enormemente la vida política del país, facilitando, a su vez, su adaptación
(cuando no coaptación) a los poderes financieros y económicos dominantes en
España. No es extraño, por cierto, que los movimientos a favor de cambios
profundos en sus sistemas democráticos –como el Occupy Wall Street y el 15M-
hayan ocurrido en dos de los países con menor proporcionalidad en su sistema
político (EEUU y España).
La privatización del sistema electoral
El otro problema de la democracia estadounidense es la privatización del
sistema electoral. Las elecciones son financiadas predominantemente por fondos
privados provenientes en su gran mayoría de las grandes empresas y de los grupos
fácticos que donan su dinero con el objetivo (exitoso) de influenciar a aquellos
que reciben el dinero. La gran mayoría de fondos que financian a los candidatos
(incluyendo a Barack Obama en las últimas elecciones presidenciales y en las
presentes) procedían y proceden de grandes empresas o asociaciones comerciales o
profesionales.
Esta situación ha alcanzado su máxima dimensión con la aprobación por parte
del Tribunal Supremo de EEUU, de una sentencia, en el caso Citizens United vs
Federal Electoral Commission, permitiendo que las empresas pudieran dar tanto
dinero como quisieran a los candidatos políticos a fin de influenciar las
elecciones y/o las decisiones políticas. Estas empresas pueden, incluso, ser
extranjeras. Hemos visto así como el Instituto Americano del Petróleo (IAP), el
portavoz de las compañías petrolíferas, se ha gastado 7.3 millones de dólares
para oponerse (exitosamente) a cualquier legislación federal que previniera el
calentamiento ambiental, resultado de la utilización de petróleo. Uno de los
dirigentes más activos ha sido Tofiq Al-Gabsani, el representante de las
empresas petrolíferas basadas en Arabia Saudí, hoy uno de los mayores
financiadores del candidato republicano Romney.
La participación activa del IAP en la financiación del Partido Republicano
fue la causa de que el 86% de los nuevos miembros republicanos en las últimas
elecciones al Congreso de EEUU firmaran un manifiesto, redactado por IAP, en el
que se comprometían a oponerse a cualquier tipo de legislación que regulara el
comportamiento de la industria petrolífera para prevenir el cambio climático. El
IAP ha negado que el obvio cambio climático tenga nada que ver con la
utilización del petróleo, financiando estudios de nula credibilidad científica
que supuestamente muestran que tal cambio climático se deba a causas naturale s
(ver Lee Fang “How Citizens United unleashed millions in secretive spending by
US and foreign firms”. The Nation. 27.08.12).
Otro ejemplo es la Asociación de la Industria Farmacéutica, que ha gastado 10
millones de dólares para evitar (exitosamente) que el gobierno federal sea el
que defina el precio de los fármacos que éste compra, con lo cual el precio de
tales fármacos los dicta la propia industria farmacéutica en lugar del gobierno
federal. EEUU es el único país que no utiliza su enorme poder de compra de
fármacos para dictar los precios de los productos farmacéuticos que compra.
Tiene que comprarlos al precio marcado por la industria.
¿En qué se gasta el dinero?
Esta cantidad de dinero se utiliza sobre todo para comprar tiempo televisivo
y radiofónico, abierto al mejor pagador sin ninguna regulación en la
distribución de tal espacio. Y el contenido de los anuncios políticos, cuyo
número y tiempo de exposición depende del dinero del candidato político, tampoco
tiene ningún tipo de regulación. Un anuncio puede mentir descaradamente –como lo
hacen los candidatos Romney y Ryan- sobre sus adversarios políticos sin que haya
ninguna capacidad de respuesta, excepto comprando otro anuncio que lo rebata. El
que tiene menos fondos puede aparecer y rebatir menos. De ahí que el objetivo de
Romney sea conseguir varias veces más dinero que el candidato Obama, hoy
Presidente, pues está seguro (y lleva razón en sus predicciones) que con tal
abundancia de fondos puede derrotarlo. Y estos fondos proceden, de nuevo, en su
gran mayoría de la Corporate Class. Como ha reconocido nada menos que el Senador
Republicano John McCain, candidato republicano a la presidencia de EEUU en 2008,
“las elecciones en EEUU son un juego de poder en el que ambos partidos políticos
–el Republicano y el Demócrata- compiten para permanecer en sus cargos,
vendiendo el país al mejor postor” (citado en Bill Moyers, Money in Politics:
where is the outrage ? ). ¿Es esto una democracia? Imagínense que esto ocurriera
en Venezuela. El follón que se armaría en los medios sería enorme. Ocurre en
EEUU, y tales medios dedican horas y horas a lo que llaman proceso democrático
en aquel país, sin cuestionar, ni una sola vez, si es, en realidad, un proceso
democrático.
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