Tienen mi palabra
Cuentan que cuando los asesores brasileños de Ollanta Humala estudiaron los resultados de los focus group que habían contratado para investigar las fortalezas y debilidades de su candidatura, encontraron que el valor que más se mencionaba era la honestidad y la sinceridad del aspirante a la presidencia.Por algún motivo, su condición de militar, su trayectoria, su perseverancia, la gente tendía a creer que lo que decía era cierto y que su actitud de lucha contra la corrupción era legítima.
Por ello recomendaron la fórmula “honestidad para hacer la diferencia”, que el mismo Ollanta transformó en “tienen mi palabra” con la que rubricó sus declaraciones de segunda vuelta.
Es claro ahora que el desafío del nuevo presidente va a ir precisamente por el lado de que su mayor valor de campaña, es decir su credibilidad y ninguna concesión a la corrupción, no se deteriore.
Tendrá que recordar, para esto, la velocidad con la que Alejandro Toledo liquidó las enormes expectativas que había levantado cuando empezó a ser visto como un mentiroso y un apañador de muchas pequeñas corrupciones de tipos relacionados con el gobierno que vendían los accesos al poder y de infiltrados procedentes del viejo régimen y de antiguas corrupciones que se colaban en el gobierno.
Hasta hoy Ollanta no ha soltado prenda sobre el inicio del nuevo poder que deberá cambiar el país y las relaciones entre pobres y ricos, entre las provincias y la capital, entre el Perú y el mundo.
Pero todos sabemos que gran parte del futuro se estará jugando en que los primeros días de la nueva administración se empiece la ejecución de las principales reformas anunciadas (credibilidad), venciendo cualquier resistencia; y de que el nuevo equipo político en la dirección del país no cargue una mácula de duda sobre su pasado en la política y la gestión del Estado.
Hay un problema, por cierto, en el lado de los llamados aliados de la segunda vuelta y de la presión mediática, que quisieran tener capacidad de decisión en los puestos claves para poner candados adicionales a los existentes para detener el cambio. Esa es la discusión sobre el premier, el ministro de economía y el presidente del Banco Central de Reserva.
Pero hay otro problema en los técnicos de última hora, que siempre están en LA PRIMERA hora de los nuevos gobiernos, y que cargan con diversos pasivos de sus anteriores participaciones en el poder.
La idea de que el gobierno da una imagen de confianza porque cuenta con exministros, exviceministros y exaltos funcionarios de otros gobiernos, puede ser equívoca, sobre todo si queremos que la honestidad sea la diferencia.
Después de todo, a Ollanta Humala siempre le escuchamos decir que se había alzado contra un pasado de vergüenza y que estaba decidido a recurrir a las fuerzas nuevas del país, asumiendo los riesgos de tener que aprender, que son mucho menos peligrosos que los de dejar alguna pequeña ventana abierta a la corrupción.
Como muchísimos peruanos hemos tomado la palabra de la esperanza que encarna el nuevo presidente. Esto quiere decir que confiamos que el 28 de julio se instalará un gobierno honesto que iniciará el cambio profundo de la sociedad peruana.
Es claro ahora que el desafío del nuevo presidente va a ir precisamente por el lado de que su mayor valor de campaña, es decir su credibilidad y ninguna concesión a la corrupción, no se deteriore.
Tendrá que recordar, para esto, la velocidad con la que Alejandro Toledo liquidó las enormes expectativas que había levantado cuando empezó a ser visto como un mentiroso y un apañador de muchas pequeñas corrupciones de tipos relacionados con el gobierno que vendían los accesos al poder y de infiltrados procedentes del viejo régimen y de antiguas corrupciones que se colaban en el gobierno.
Hasta hoy Ollanta no ha soltado prenda sobre el inicio del nuevo poder que deberá cambiar el país y las relaciones entre pobres y ricos, entre las provincias y la capital, entre el Perú y el mundo.
Pero todos sabemos que gran parte del futuro se estará jugando en que los primeros días de la nueva administración se empiece la ejecución de las principales reformas anunciadas (credibilidad), venciendo cualquier resistencia; y de que el nuevo equipo político en la dirección del país no cargue una mácula de duda sobre su pasado en la política y la gestión del Estado.
Hay un problema, por cierto, en el lado de los llamados aliados de la segunda vuelta y de la presión mediática, que quisieran tener capacidad de decisión en los puestos claves para poner candados adicionales a los existentes para detener el cambio. Esa es la discusión sobre el premier, el ministro de economía y el presidente del Banco Central de Reserva.
Pero hay otro problema en los técnicos de última hora, que siempre están en LA PRIMERA hora de los nuevos gobiernos, y que cargan con diversos pasivos de sus anteriores participaciones en el poder.
La idea de que el gobierno da una imagen de confianza porque cuenta con exministros, exviceministros y exaltos funcionarios de otros gobiernos, puede ser equívoca, sobre todo si queremos que la honestidad sea la diferencia.
Después de todo, a Ollanta Humala siempre le escuchamos decir que se había alzado contra un pasado de vergüenza y que estaba decidido a recurrir a las fuerzas nuevas del país, asumiendo los riesgos de tener que aprender, que son mucho menos peligrosos que los de dejar alguna pequeña ventana abierta a la corrupción.
Como muchísimos peruanos hemos tomado la palabra de la esperanza que encarna el nuevo presidente. Esto quiere decir que confiamos que el 28 de julio se instalará un gobierno honesto que iniciará el cambio profundo de la sociedad peruana.
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